Testimonios de un sobreviviente:
Martín, Juan
Legajo Conadep Nº 440
Mi secuestro
“Fui secuestrado el sábado 14 de agosto de 1976, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, en la región noroeste de la República Argentina. El hecho ocurrió a las 11,30hs., en el interior de un bar-comedor que funcionaba en un club deportivo de barrio, ubicado en un pasaje existente entre las calles Lavalle y Bolívar, a la altura de la avenida Colón, en el acceso oeste de la ciudad, razón por la cual era habitualmente utilizado por camioneros.
Ese día –yo concurría al bar con frecuencia- me encontré allí casualmente con un compañero, integrante como yo del Movimiento Peronista, a quien conocía sólo por su apodo de “Viru”. Ambos nos sentamos juntos para almorzar. Otras treinta personas, aproximadamente, se encontraban en el local.
Ya iniciada la comida, dos grupos de personas ubicados en mesas distintas, todas vestidas de paisano, se incorporaron bruscamente y nos amenazaron con armas cortas y sub-ametralladoras, capturándonos, mientras que al mismo tiempo obligaron al resto de los presentes a arrojarse al suelo.
En ningún momento mis secuestradores –en total 7 u 8 personas- dijeron pertenecer a ningún organismo policial o militar. Eran todas personas jóvenes, con edades comprendidas entre los 25 y 35 años, algunos vestidos con ropas informales, varios luciendo barba, o largas cabelleras.
Posteriormente, yo identificaría a varios: Teniente Primero de Ejército ARTURO FELIX GONZALEZ NAYA, y a miembros de la Policía Provincial como los subcomisarios JOSE BULACIO y ANGEL MORENO, los oficiales LUIS DE CANDIDO, GUILLERMO AGUSTÍN FARIÑA y HUGO ROLANDO ALBORNOZ, y el Cabo CARLOS REYNOSO.
Tanto “Viru” como yo fuimos esposados con las manos detrás del cuerpo, y conducidos a unos vehículos que estaban estacionados muy cerca del local: un Peugeot 504, de color amarillo, matrícula de Buenos Aires, y un Ford Falcon azul, de Tucumán. El compañero fue introducido en el primer coche, y yo en el otro.
En el Ford Falcon me tiraron en medio de ambos asientos, en la parte trasera del coche, y mi cuerpo fue cubierto por una manta, con el propósito evidente de impedir tanto que fuera visto, como que yo advirtiera dónde era conducido.
Desde el mismo instante en que me suben al coche comienzo a recibir golpes y a ser interrogado. En tanto, el Ford Falcon comienza un largo viaje por la ciudad, y posteriormente se dirige a la Jefatura Central de Policía de la provincia de Tucumán, ubicada en pleno centro de la ciudad, en la intersección de la avenida Sarmiento con la calle Salta.
Pese a los intentos de mis secuestradores por desorientarme, advertí dónde estaba. Inclusive que habíamos ingresado a la Jefatura por el portón que da a la calle Santa Fe.
Inmediatamente de producido el ingreso, fui conducido al salón principal de interrogatorios (ver planos) del “Servicio de Información Confidencial”, denominación oficial interna en la Policía del grupo encargado de los secuestro de opositores a la dictadura militar implantada en al país desde el 24 de marzo de 1976.
En cuanto soy ingresado al salón, se me tapan los ojos, utilizando un paño de algodón sostenido por una venda de Cambric, de las utilizadas en medicina. Mientras dura ese procedimiento, alcanzo a ver que en el recinto hay otras personas, que están atadas, vendadas y acostadas en el suelo.
Una vez vendado y mis manos atadas con soga de cáñamo común, comienzan los apremios ilegales de todo tipo, mientras me reclaman información sobre otros compañeros. Durante 2 o 3 horas recibo puñetazos, puntapiés, cachiporrazos, tarea que cumplen varias personas.
Soy trasladado luego a una sala contigua, más pequeña, denominada por mis interrogadores como la “sala del teléfono”, donde me desnudan y me atan por mis extremidades a un elástico de cama. Allí comienzan a aplicarme la picana eléctrica, mediante la utilización de dos teléfonos de campaña del Ejército: uno de los electrodos se me coloca en la cabeza, y otro en los órganos genitales.
Esta tortura se prolonga durante 48 horas, con algunos intervalos, sobre todo entre medianoche y las 8 de la mañana. Durante ese lapso sólo me levanté de la cama para ir al baño en dos o tres oportunidades, y para comer algo.
Concluido este tormento, fui llevado a la zona de calabozos de la Jefatura, donde funcionaba el campo de concentración clandestino de detenidos-desaparecidos propiamente dicho. Allí fui alojado en una celda individual, donde permanecí hasta mediados del mes de setiembre, salvo durante los primeros días en que fui llevado a interrogatorio otra vez. Me sacaban del calabozo a la mañana muy temprano y reingresaba en él por la noche. Evidentemente, ésta era una medida de precaución adoptada por los secuestradores, puesto que era necesario cruzar la playa de estacionamiento, donde podía ser visto (ver plano).
En esa fecha soy trasladado a otro campo de concentración, ubicado en el sur de la provincia de Tucumán, en las cercanías de la ciudad de Famaillá. Este csmpo estaba emplazado en las instalaciones del ingenio azucarero Nueva Baviera, que había paralizado su actividad industrial hacía unos 10 años. Mi traslado se realiza introduciéndome en el baúl de un Ford Falcon azul, el mismo que se utilizó cuando fui secuestrado.
Desde septiembre quedo a disposición del Comando Militar de la Zona de Operaciones, que tenía su sede en ese ingenio. Este comando del Ejército tenía una jurisdicción que se extendía desde la localidad de San Pablo, en las afueras de San Miguel de Tucumán, hasta la ciudad de Concepción.
En Nueva Baviera, además, se hallaba la base del Ejército más importante de la zona, tanto por su número de efectivos como por la sede del Comando.
El campo de Nueva Baviera tenía su propio grupo operativo, integrado también por personal de la Policía Provincial, aunque participaban en él, en forma rotativa, oficiales del Ejército.
Permanecí en Nueva Baviera hasta fines de enero de 1977, aunque en ese período fui trasladado esporádicamente, durante 3 o 4 días, tanto a la Jefatura Central de Policía como a otras bases del Ejército ubicadas en Lules y Bella Vista.
Desde mi ingreso a este campo, durante cuatro días, vuelvo a ser torturado para arrancarme información sobre la resistencia popular en la zona. La forma principal de tormento fue otra vez la picana eléctrica y el “submarino”, que consistía en introducir mi cabeza en un gran tacho con 200 litros de agua hasta llegar a punto de asfixiarne. Durante la tortura estuvieron presentes el jefe y el segundo jefe del Comando de la zona de Operaciones, Teniente Coronel ANTONIO ARRECHEA y Mayor AUGUSTO NEME.
Durante la tortura, Arrechea me quitó la venda de los ojos, diciéndome que no le importaba que le viera la cara, “porque no vas a salir vivo de aquí”.
A Lules y a Bella Vista fui conducido en octubre y noviembre de 1976, durante dos o tres días. En ambas ocasiones me trasladaron vendado y esposado. Para ir a Lules utilizaron un jeep militar y a Bella Vista una camioneta con techo de lona sobre la caja, también propiedad del Ejército. Tanto en Lules como en Bella Vista fui interrogado por los oficiales del Ejército en la sede de ambas bases. Estuve siempre vendado y esposado. Los interrogatorios estaban referidos a la organización de la resistencia popular en esas ciudades, y en su trascurso recibí varias palizas.
En enero de 1977 fui trasladado a otra base del Ejército, ubicada en una escuela de la ciudad de Monteros, donde permanecí durante 20 días.
Ya a principios de febrero de 1977 soy trasladado a otro campo de concentración denominado “L.R.D.” (aparentemente “Lugar de Reunión de Detenidos”), ubicado en el interior de la Compañía de Arsenales Miguel de Azcuénaga, del Ejército, ubicada en las afueras de la ciudad de San Miguel de Tucumán al lado de la ruta nacional N° 9, que une Tucumán con Salta. Este traslado se realiza en un coche Ford Fairlane, de color negro, sin identificación. El viaje duró unos 45 minutos, y fui echado entre los dos asientos. Ocupaban el vehículo otras cuatro personas, suboficiales de Gendarmería Nacional. Con mi ingreso “L.R.D.” paso a disposición orgánica, en mi calidad de detenido ilegal, del Destacamento 142 de Inteligencia perteneciente al Comando de la V Brigada de Infantería con asiento en Tucumán, e integrada en el III Cuerpo de Ejército.
Mi traslado significa el reconocimiento de los interrogadores y de las torturas. En el “L.R.D.” se utiliza el “pozo” (enterramiento de los prisioneros desnudos) durante los primeros dos días, y luego la aplicación de picana eléctrica, estaba colgado de una barra por los brazos sin que mis pies tocaran el suelo, mientras me mojaban el cuerpo para amplificar los efectos de la corriente eléctrica.
En este campo de concentración estoy hasta mediados de mayo de 1977, fecha en que se dispone otro traslado, esta vez a la Jefatura Central de Policía, en el cual permanezco hasta mi liberación, el 12 de agosto de 1978, si bien en varias oportunidades fui llevado a otras bases del Ejército, por períodos no mayores de cuatro días aproximadamente, tales como una ubicada en el Potrero de las Tablas, en las cercanías de Lules, otra en el Cerro San Javier, en los pabellones de la Ciudad Universitaria.
Tanto en San Javier como en Potrero de las Tablas estuve bajo control de oficiales pertenecientes al Regimiento 19 de Infantería. En San Javier me mantuvieron en un pequeño cuarto de uno de los pabellones pertenecientes a la Universidad Nacional de Tucumán, bajo vigilancia de soldados conscriptos. También fui interrogado, pero sin torturas, sobre algunas características de la zona de monte (picadas, caminos, etc.). Desde San Javier fui trasladado en un jeep militar a Potrero de las Tablas, donde soy interrogado sobre la existencia de presuntos objetivos militares en la zona. Allí, luego de un simulacro de fusilamiento realizado por oficiales de Ejército al mando de un teniente coronel, cuyo nombre y apellido desconozco, aunque pude verificar que no era tucumano, paso a sufrir un nuevo tipo de tortura que demuestra el salvajismo de los represores del pueblo argentino: me suben a un helicóptero militar que toma altura, y me intiman a colaborar bajo pena de arrojarme vivo desde el aparato. Como no les proporcioné la información que me requerían me atan fuertemente las manos detrás de mi cuerpo, y con una cuerda gruesa, los tobillos. Luego me deslizan por la puerta del helicóptero al espacio, ya sin vendas en mis ojos, colgado de los pies. Desconozco el tiempo transcurrido en esa posición. Yo estaba aterrado. Posteriormente, y con lentitud, me izan e ingresan otra vez en el aparato, donde continuó el interrogatorio. Al cabo de 15 o 20 minutos, el helicóptero regresó a Potrero de las Tablas, desde donde me trasladaron sucesivamente a San Javier, Regimiento 19 de Infantería, y finalmente, a la Jefatura Central de Policía. Durante todo el tiempo que estuve secuestrado –aproximadamente poco más de 23 meses- fui testigo de la política genocida contra el pueblo argentino, desarrollada por el Ejército y otros organismos del Estado en la provincia de Tucumán.
Lo que sigue es mi testimonio personal sobre cuanto vi y me consta:
Campo de Concentración
de la Jefatura Central de Policía
Estaba ubicado en dependencias de la Jefatura, a las cuales se accedía por el portón de la calle Santa FE. El campo estaba dividido en dos zonas distintas, separadas entre sí por una playa de estacionamiento: una, la de interrogatorios, y otra, la de calabozos, lugar de alojamiento de los detenidos-desaparecidos. Ambas eran de acceso restringido desde el mismo interior de la Jefatura, sin contar con un permiso especial.
Todo el movimiento, tanto del personal del Servicio de Información Confidencial (SIC), como los traslados de los detenidos, se realizaban por el portón mencionado.
Este campo funcionó hasta diciembre de 1977, fecha en la cual son trasladados los detenidos allí recluidos y desmontada la infraestructura de la zona de interrogatorios.
Desde mi secuestro hasta diciembre de 1977 el personal responsable de este campo de concentración pertenece al Departamento de Inteligencia (D-2) de la Policía Provincial de Tucumán, bajo las órdenes de un teniente primero del Ejército, que se desempeñaba bajo la denominación de “supervisor militar”.
Tanto el jefe como el subjefe de la Policía Provincial eran, además, dos oficiales del Ejército, quienes obviamente tenían conocimiento del campo y participación directa en lo que allí ocurría.
En diciembre de 1977 se dispuso la disolución del SIC: parte de sus integrantes quedan orgánicamente en el D-2 y el resto pasa a ocupar puestos jerárquicos en la estructura funcional de la policía.
Durante los meses que estuve en este campo, en el año 1976, fue frecuente que tanto el General Antonio D. Bussi, gobernador de la provincia y jefe de la V Brigada, como el teniente coronel Arrechea, visitaran el campo de concentración para ver a los detenidos, así como para interrogarlos en algunas oportunidades.
Descripción del Campo
1. Area de interrogatorios
Colindaba con lo que actualmente es el Museo Policial, y que anteriormente fue la sede la Brigada de Investigaciones. Sus dependencias constaban de un salón grande, el que se utilizaba para concentrar a los detenidos que serían interrogados de inmediato, o a los prisioneros que podrían ser liberados. Este último grupo, hasta que no se decidiera su situación tenía el acceso restringido a la zona de calabozos, como medida preventiva para evitar eventuales filtraciones de información.
Todos los detenidos permanecían en ese salón con los ojos vendados y las manos atadas, acostados sobre el piso.
Al lado del salón, y comunicadas con él, había dos oficinas, utilizadas ambas como salas de torturas. En una de ellas, denominada “la sala del teléfono”, se aplicaba la picana eléctrica. En la otra se practicaban otros tormentos: desde palizas con palos hasta la práctica del submarino “húmedo” ya descripta, y el submarino “seco” (que consiste en introducir la cabeza de la víctima en una bolsa de plástico).
Existía otra oficina, utilizada como despacho del jefe del SIC y otros dos cuartos más, ubicados al lado del salón principal pero independientes. En una de ellas estaba el depósito de armas largas, municiones, explosivos, granadas, etc. En la otra se realizaban tareas de tipo administrativo. Es decir, todo el trabajo de oficina referido a los operativos de secuestro, traslado de detenidos, recopilación de informaciones, archivo, tesorería, etc.
2. Area de calabozos
Constaba de dos zonas principales:
a. una sala grande o “cuadra”, subdividida por un tabique, utilizada eventualmente para alojamiento de prisioneros a los cuales se daba un trato especial. Constaba con un baño y carecía por completo de mobiliario.
b. Los calabozos, con 15 recintos individuales, aproximadamente, y uno colectivo, con capacidad para 20 prisioneros. A esta zona se accedía por una sala de guardia, desde un sector de la playa de estacionamiento.
Condiciones de detención
Todo prisionero, desde el ingreso al campo, llevaba los ojos vendados y las manos atadas, delante o atrás de su cuerpo, según el grado de peligrosidad atribuido por los secuestradores. Para estos fines se utilizaba una soga de cáñamo, de tipo común.
Los prisioneros alojados en el área de interrogatorios permanecían allí por un plazo relativamente breve, que no excedía de los 3 o 4 días, hasta que concluía la primera fase del procedimiento y las torturas. Durante ese período de tiempo estaban en el salón grande, bajo vigilancia estricta y permanente, acostados en el suelo. También estaban alojados en las salas de torturas, cuando continuaban bajo interrogatorios.
En el salón principal convivían hombres y mujeres, mientras que en los calabozos las mujeres estaban en recintos individuales.
En los calabozos los prisioneros estaban con las manos atadas a su espalda, con los ojos vendados, acostados en el suelo y provistos de una manta, en condiciones de incomunicación absoluta. La vigilancia, en esta área, se realizaba por el sistema de rondas.
Los prisioneros éramos alimentados dos veces por día, con las sobras de las comidas de los presos acusados de delitos comunes, alojados en el penal de Villa Urquiza. Invariablemente la comida consistía en una sopa, y era servida en sólo 8 cacerolas pequeñas, que eran utilizadas por turno por los detenidos.
Cualquier transgresión a las severas normas de aislamiento era motivo de castigo para los prisioneros. Y muchas veces, estos castigos se aplicaban sin trangresión alguna, como mera diversión de nuestros represores.
Las posibilidades de higiene personal eran prácticamente nulas: una vez cada 4 o 5 días éramos conducidos a un baño individual. En verano nos bañábamos vestidos y en invierno desnudos. Nos secábamos con nuestra propia ropa. En todos los casos, permanecíamos con los ojos vendados. El agua que se utilizaba siempre era fría.
Las condiciones de salud de los detenidos eran muy malas y hubo dos muertes (una compañera de Taif Viejo, y Marta Coronel). Desconozco las razones del primer caso, pero en el segundo se produjo después de sufrir una gran infección en los pechos, padeciendo fiebres elevadas y un delirio continuo.
Hubo dos o tres casos de enloquecimiento. Pese a los castigos, estos prisioneros gritaban en forma continua. Finalmente, un médico los drogaba. Estos compañeros fueron trasladados individualmente, desconozco a qué destinos.
El personal
Estaba integrado por alrededor de 50 personas, todos miembros del SIC, bajo la supervisión militar de un teniente primero del Ejército. El personal estaba dividido en tres grupos:
a. quienes cumplían las guardias;
b. quienes tenían a cargo los operativos e interrogatorios, y
c. quienes cumplían tareas de administración y servicio.
La guardia estaba compuesta de 20 agentes al mando de un suboficial y cumplían un turno de 24 horas cada 48. Estaba encargada de las tareas de vigilancia y control, tanto en los calabozos como en el área de interrogatorios.
El grupo más numeroso era el operativo, encargado de los secuestros, interrogatorios y traslados: estaba integrado por 25 oficiales y suboficiales de la Policía Provincial.
Finalmente, las tareas administrativas y de servicio estaban a cargo de 6 oficilaes, suboficiales y agentes.
Durante mi estancia en el campo pude identificar a las siguientes personas:
Integrantes del personal
Militares
Teniente Coronel MARIO ALBINO ZIMMERMAN (Jefe de Policía 1976/77).
Teniente Primero FELIX GONZALEZ NAYA (Supervisor Militar D-2, 1976/77).
Teniente LUIS OCARANZA. (Supervisor Militar D-2. Actuaba bajo otro nombre en la Jefatura de Policía).
Mayor ANTONIO MARTÍN BLANCO. (Jefe de Policía 1977/78).
Teniente Primero MARIO MIGUEL D’URSI (Supervisor Militar D-2 1978).
Policías. (Miembros del SIC hasta su disolución):
Jefes:
Inspector General ROBERTO HERIBERTO ALBORNOZ.
Inspector General MARCOS FIDENCIO HIDALGO.
Inspector Mayor LUIS FABIAN RODRÍGUEZ QUIROGA.
Operativos torturadores:
Comisario principal CARLOS MARINI.
Comisario ANGEL CUSTODIO MORENO.
Comisario RAMON CHAILE.
Comisario JOSE BULACIO.
Subcomisario RICARDO SÁNCHEZ.
Oficial Principal ROLANDO REYES QUINTANA.
Oficial Primero HUGO ROLANDO ALBORNOZ.
Oficial Auxiliar RUBEN VILA.
Oficial Auxiliar LUCIANO GARCIA.
Oficial Ayudante JUAN DAVID FLORES.
Oficial Ayudante GUILLERMO AGUSTÍN FARIÑA
Oficial Ayudante LUIS ARMANDO DE CANDIDO
Oficial Ayudante MARIA BELTRÁN.
Oficial Ayudante de BARRAZA.
Oficial Ayudante OLGA AGUILAR.
Oficial Ayudante ANTONIO VERCELLONE.
Oficial Ayudante GUILLERMO UGARTE
Oficial Sub-ayudante ANTONIO BAZAN
Cabo FELIX ISURRALDE
Cabo CARLOS REYNOSO
Administrativos:
Comisario Principal SANTOS VELIZ
Comisario JULIO ABRAHAM
Comisario SOSA
Subcomisario ALVAREZ
Oficial Principal Sra. De ALURRALDE
Oficial Ayudante MIGUEL CHAILE
Agente POMPONIO
Agente PASTERIS
Guardia:
Oficial Ayudante HUGO FIGUEROA
Sargento PICON
Capo Primero PORCEL
Cabo CAMPERO
Cabo ARGAÑARAZ
Agente PEREZ
Agente ZABALIA
Agente FERNÁNDEZ
Agente ROMERO
Agente TRÁTALO
Sub-comisario Médico RICARDO GALDEANO
Martín, Juan
Legajo Conadep Nº 440
Breve Historia del SIC
(Servicio de Información Confidencial)
La Provincia de Tucumán es una de las zonas de pobreza endémica del noroeste argentino. Provincia con una alta tasa de densidad demográfica, la mayor parte de la actividad económica gira en torno a la caña de azúcar y su elaboración, con ocupación temporaria de mano de obra.
En esta bolsa de pobreza, los integrantes de la Policía Provincial son reclutados, en su inmensa mayoría, entre las capas más humildes de la población. Aún hasta 1978, los integrantes subalternos del personal del campo de concentración vivían en los barrios periféricos o en localidades del interior de la provincia.
En general, el personal subalterno de este campo de concentración carecía de una formación política y tenía una escasa información general sobre los hechos públicos. Era gente dura, leal a sus jefes, capaz de acciones represivas ilegales, probados en las torturas y secuestros de opositores políticos.
La mayoría de los oficiales, en cambio, tiene una historia anterior de represión política en la Policía, sobre todo entre 1966 y 1973, durante la dictadura militar de Onganía-Levingston-Lanusse. En ese período operaban desde la tristemente célebre Brigada de Investigaciones.
Con el triunfo popular del 11 de marzo de 1973, los miembros de este grupo se disgregaron: algunos, como Albornoz y Calderón, marcharon fuera de la provincia. Otros cumplieron tareas diferentes dentro de la misma repartición.
En 1974 comenzaron a reagruparse, llevando adelante algunas acciones de represión ilegal, bajo control y dirección de los mandos jerárquicos del Ejército, simultáneas a las que en otras zonas de la Argentina llevaron a cabo la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) y el Comando Libertadores de América.
En 1975 se creó el SIC, teniendo como base principal a este grupo de oficiales de la policía, bajo el mando del Inspector General MARCOS FIDENCIO HIDALGO, y del Inspector Mayor ROBERTO HERIBERTO ALBORNOZ, conocido por su apodo de “El Tuerto”.
El SIC, desde el punto de vista de cadena orgánica de mandos, estaba bajo control y supervisión de la V Brigada de Infantería. El primer oficial designado a tales efectos fue el teniente primero Lazarte, que luego fue sucedido por el Teniente primero Félix González Naya, posiblemente, desde abril de 1976 hasta mayo de 1977.
Provisoriamente, en ese cargo, y hasta fines de 1977, se desempeñó también el Teniente Luis Ocaranza, del Regimiento 19 de Infantería. Pese a que el SIC es disuelto en diciembre de 1977, continuó la supervisión militar del D-2, que ejerció desde esa fecha hasta fines de 1978 el teniente primero Mario Miguel D’Ursi.
¿Qué son los integrantes del Servicio de Información Confidencial (SIC)? ¿Son asesinos burocráticos, máquinas de matar y reprimir programadas? ¿O son los defensores de la sociedad “occidental y cristiana” de las proclamas militares?
Son todo eso a la vez, pero además ven en el terrorismo de Estado el instrumento principal para el enriquecimiento personal, a través de la corrupción económica y el botín de guerra, así como vía para el ascenso en su carrera policial.
Veamos someramente el currículo de algunos de los miembros del Servicio de Información Confidencial.
Inspector General ROBERTO HERIBERTO ALBORNOZ.
Nació en La Banda del Río Salí, suburbio pobre de la ciudad de Tucumán hace unos 57 años. Hijo de un oficial de la Policía Provincial. Realizó toda su carrera en la repartición. Tuvo destinos en el interior de la provincia, y en la década del 60 fue trasladado a la Sección Robos y Hurtos, de la Brigada de Investigaciones, donde se relacionó con el grupo de oficiales de la Policía –Tamagnini, Hidalgo, Sirnio, Bordón, etc.- que pocos años después son destinados a la tarea de represión política de opositores populares. Esa década se caracteriza por la inestabilidad política: hay cinco cambios en la presidencia de la República, y dos golpes de Estado triunfantes. En la época de la dictadura militar de Onganía-Levingston-Lanusse (1966-1973), Albornoz se destacó en la represión política, especialmente como torturador. Sus servicios le significaron varios ascensos.
Es precisamente su fama como represor lo que determina que en 1973, luego del triunfo electoral popular, opte por abandonar Tucumán, el escenario de sus “hazañas” y viva en el anonimato en Buenos Aires, en previsión, y por temor a posibles represalias.
Esta situación se mantuvo hasta mediados de 1974, cuando regresó a Tucumán y se reincorporó a la Policía. Desde entonces trabajó en la organización de un grupo terrorista de represión ilegal, con métodos similares a los utilizados por grupos paramilitares, que por las mismas fechas operaban en otras regiones del país. Este grupo terrorista desde su organización actuó en Tucumán bajo control y dirección del Comando de la V Brigada de Infantería.
Algunos de los crímenes cometidos son: el asesinato de familiares de Clarisa Lea Place, militante popular asesinada años antes en una prisión naval; voladura de domicilios de presos políticos; asesinato de opositores, tales como el Doctor Pisarello, abogado de presos políticos y “desaparecidos”, dirigente de la Unión Cívica Radical.
En 1975 Albornoz pasó a dirigir el SIC y el campo de concentración de la Jefatura Central de Policía,
Actualmente se desempeña como subjefe de la Policía de Tucumán. Está acusado de vinculación con la explotación de prostitución organizada y otras actividades delictivas sistemáticas que se realizan en la provincia.
Pero por sobre todas las cosas, Albornoz es “un hombre del Ejército”, esto es, una pieza en el complicado mecanismo de la represión ilegal del pueblo argentino, en quien se confía y por quien se responde.
Inspector General MARCOS FIDENCIO HIDALGO
Tucumano, de unos 60 años de edad. Su carrera policial hasta 1973 es similar a la de Albornoz. Pero a diferencia de él, en ese año quedó en la Brigada de Investigaciones. En 1974 ingresó al D-2 y se reunió con Albornoz para organizar el grupo terrorista represivo.
En 1975 fue designado director del penal de Villa Urquiza, donde había recluidos, entre otros, presos políticos. Como director de la cárcel, Hidalgo facilitó el interrogatorio y tortura de los prisioneros.
Precedió en la subjefatura de Policía a Albornoz. Está considerado como uno de los jefes policiales vinculado al tráfico de drogas, que se introducen desde Bolivia, y también el tráfico de automotores robados, muchos de ellos propiedad de opositores políticos secuestrados.
Coparticipó en los mismos hechos terroristas que Albornoz, a quien antecedió como jefe del SIC y del campo de concentración.
Subcomisario RICARDO SÁNCHEZ
Tucumano, de unos 45 años de edad. Su carrera, en lo esencial, está ligada a la trayectoria de Albornoz e Hidalgo. En el SIC se especializó como torturador. En 1977, tras la disolución del servicio, ocupó diversos puestos jerárquicos en otras áreas de la repartición, pero siempre vinculado con el D-2.
Fue nombrado Jefe de la Brigada de Investigaciones en la Regional Sur.
Antes, entre 1974 y 1975, fue especialista en explosivos y participó en voladiras de domicilios de militantes políticos populares.
Comisario JOSE BULACIO
Nació hace 42 años en Bella Vista, localidad cercana a San Miguel de Tucumán. Su carrera es similar a la de sus colegas. En el SIC es uno de los jefes de los grupos secuestradores. Precisamente fue uno de los que participó en mi detención.
Luego de la disolución del SIC es designado como jefe de la Comisaría 1ra., en 1977, y como jefe de la Comisaría 6ta. en 1978.
En 1976, tras el asesinato por miembros del SIC, del militante popular fernando Saavedra Lamas, Bulacio es uno de los co-autores del crimen, se instaló en el domicilio de la víctima, ubicado en la continuación hacia el Aeropuerto de la calle Rondeau, al número 100.
Oficial Ayudante LUIS ARMANDO DE CANDIDO
Cordobés, de aproximadamente 40 a 42 años de edad. Ingresó como agente en la policía de Tucumán en la década de los 70. Fue asignado al SIC; allí ascendió rápidamente a oficial por su ferocidad represiva. De una personalidad fría y calculadora, es reputado como audaz.
Junto con otros miembros del SIC se lo vincula al secuestro del empresario tucumano del sur de la provincia, ocurrido en 1976, por el cual se cobró una elevada suma de dinero como rescate para la liberación de la víctima.
Cabo 1ro. HECTOR DOMINGO CALDERON
Tucumano, de unos 38 años de edad, aproximadamente. Cuando era agente se contactó con el grupo terrorista represivo de la Brigada de Investigaciones y pasó a integrarlo, desempeñándose como chofer y guardaespaldas del inspector general Tamagnini.
En 1973, como Albornoz, dejó Tucumán y se radicó en Buenos Aires. Al año siguiente se reincorporó a la policía tucumana como chofer y custodia del entonces jefe del D-2.
Calderón se destaca por la ferocidad en la represión política, lo que no sólo le valió algunos ascensos, sino cierta triste fama, a tal punto que el general Antonio D. Bussi, gobernador y comandante de la V Brigada, lo requirió para su custodia personal a principios de 1976.
En mayo de ese año, y también por orden del general Bussi, fue destinado al Comando Militar de la Zona de Operaciones, para que formara por indicación jerárquica, un grupo operativo con personal policial de la zona rural del sur tucumano, con características similares al SIC.
Los integrantes de este grupo son los que tendrán la responsabilidad en los secuestros, torturas y la vigilancia de prisioneros en el campo de concentración de Nueva Baviera. En 1977 se disolvió este grupo, y Calderón se reintegró al SIC, donde se desempeñó como torturador. A fines de 1978 fue expulsado de la policía. Paradójicamente, acusado de “apremios ilegales” a personas detenidas por la comisión de presuntos delitos comunes. Calderón fue castigado por las mismas actividades que habían procurado su rápida ascensión: las torturas.
Es posible que la sanción esté originada en la lucha interna desatada por el poder en el seno de la Policía Provincial, en contra de los antiguos integrantes del SIC, en la que se disputa coparticipación económica en el delito organizado.
Calderón era considerado como hombre de confianza de Albornoz, verdadero jefe del grupo terrorista y del SIC. Se desconoce si el ascenso de Albornoz a la subjefatura de policía le ha servido ahora para su reincorporación.
Martín, Juan
Legajo Conadep Nº 440
Modo operativo
La agudización de la lucha política en Tucumán, así como el modo operativo de la represión ilegal, se anticipó casi en un año a lo que ocurriría en todo el país luego del golpe de estado de 1976.
En 1975 el gobierno nacional declaró a la provincia de Tucumán como zona de emergencia militar e instauró el llamado “Operativo Independencia”, destinado a combatir la guerrilla rural implantada en la zona sur de la provincia.
Pero sobre todo, este Operativo significó la militarización de la totalidad de la vida tucumana, porque el objetivo además, fue la paralización de la actividad política y sindical.
Así, la lucha contra la guerrilla rural, pero también la represión contra los trabajadores y otros sectores populares, se fue perfilando como la práctica del Terrorismo de Estado: secuestros, centros clandestinos de detención de prisioneros, interrogatorios y torturas, retención ilegal y sin término de los detenidos, masificación de la represión.
Precisamente, la llamada “escuelita de Famaillá”, tiene el extraño privilegio de haber sido el primer centro clandestino de concentración de prisioneros, y su funcionamiento es anterior en casi un año al lanzamiento, ya a nivel nacional, de este tipo de política represiva.
En este contexto es que el SIC comienza a operar. Por tanto, su modo principal de accionar, es la reiteración impune de la metodología: secuestro – desaparición – tortura, y la reiteración de este trágico ciclo.
Por ejemplo, personal del SIC secuestra a los integrantes de dos familias (una de ellas, de apellido Rondoletto), a fin de obtener información sobre uno de sus miembros, opositor a la dictadura. La jurisdicción del SIC estaba limitada a la capital de la provincia y a los suburbios.
A partir de alguna información o dato obtenido previamente, se montaba un operativo de seguimiento de la víctima elegida. Posteriormente se realizaba el secuestro. Sólo en caso de estricta necesidad se realizaba de día. La madrugada era lo hora elegida para el asalto a los domicilios.
En cada uno de estos operativos intervenían, aproximadamente, unos 12 miembros del SIC, distribuidos en tres coches (requisados a militantes populares, o robados en la vía pública), convertidos en vehículos operativos. El personal llevaba sus rostros tapados, utilizando capuchas, bufandas o pañuelos. Llevaban armas cortas y largas, y granadas de guerra.
El secuestrado era inmediatamente ingresado al campo de concentración de la Jefatura, y durante 24 o 48 horas permanecía en la zona de interrogatorios, con sus ojos vendados, y las manos atadas. Durante este período –cuando las torturas eran más intensas- se determinaba la posibilidad de una inmediata liberación del prisionero (podría tratarse de un error en la selección de la víctima) o su ingreso al área de calabozo. Una vez adoptada esta decisión, era muy difícil recuperar la libertad.
Los sistemas de torturas más utilizados por el SIC eran la picana eléctrica, submarino “mojado” y “seco”, los ayunos forzosos sin agua ni comida, con aislamiento por 24 o 48 horas, las palizas a golpes de puño, pies y palos, etc.
Las torturas se realizaban bajo asesoramiento del médico policial, subcomisario Ricardo Galdeano.
Los detenidos-desaparecidos permanecían alrededor de 5 o 6 meses en el campo de concentración, a disposición de las autoridades del SIC, que podían ordenar, ante la aparición de un nuevo dato, otro ciclo de interrogatorios y torturas. Empero, había casos en que los detenidos eran trasladados a otros campos, requeridos en vinculación con otro caso.
Habitualmente existían dos formas de realización de tales traslados. Una de ellas era en forma individual; se realizaba a cualquier hora del día y el detenido era esposado con las manos en la espalda, asegurado el vendaje de los ojos, encapuchada su cabeza e introducido en el baúl de algún vehículo, o entre los asientos, hasta que llegaba al lugar de destino. Esta es mi experiencia personal.
Existía también otro tipo de traslados. Se realizaba en forma colectiva, en grupo de 5 a 10 personas, exclusivamente de noche, y utilizando un camión propiedad de la policía, de tamaño mediano, con caja metálica cerrada, color aluminio, con una inscripción en ambos lados de la carrocería que decía: “transporte higiénico de carnes”. Este veh+iculo, en forma habitual estaba estacionado en una playa de la Jefatura General de Policía, ubicada en la calle Junín al 800, en mitad de cuadra.
Por comentarios formulados a a de algunos de los integrantes del SIC, estos traslados concluían en un “pozo”, denominación que utilizaban, en apariencia, para designar una fosa común clandestina.
En cada viaje que realizaba el camión eran cargados, además, dos bidones con 25 litros de nafta cada uno. Desde la partida hasta su regreso, el vehículo demoraba entre dos y tres horas.
Personalmente no me consta que los detenidos-desaparecidos hayan sido asesinados.
Mi propósito no es, de ningún modo, eximir a las autoridades militares y policiales de su responsabilidad. Yo, como la inmensa mayoría del pueblo argentino, uno mi voz al reclamo dramático, urgente y justo que las Madres de Plaza de Mayo realizan a la dictadura militar: “Que aparezcan con vida los desaparecidos”. Y si así no ocurriera –aunque fuera sólo una de las personas secuestradas-, los responsables tendrán que asumir ante el pueblo argentino y ante la humanidad toda, las consecuencias de esta violación de los derechos humanos.
Las órdenes de traslado, tanto individuales como colectivas, provenían directamente del Comando de la V Brigada de Infantería, y eran dispuestas en reunión de la denominada “Comunidad de Servicios de Inteligencia”, que presidía el segundo comandante de la Brigada, en 1976/77, Coronel Cattáneo.
La “Comunidad” estaba integrada por los responsables de Inteligencia del Destacamento 142 de Inteligencia del Ejército, con sede en Tucumán, de la Secretaría de Informaciones del Estado, del SIC y de la delegación Tucumán de la Policía Federal Argentina.
En el caso de los traslados colectivos que se realizaban en el camión, en las órdenes cursadas figuraba un sello con las siglas “D.F.”. Por comentarios de miembros del SIC, estas iniciales significarían “Disposición Final” del detenido.
Yo estuve recluido durante dos temporadas en este campo. Desde mi secuestro hasta mediados de septiembre de 1976, y desde junio de 1977 hasta agosto de 1978. Durante mi primera estancia, no pude verificar ni las formas ni el número de prisioneros trasladados. Durante la segunda fue cuando pude tomar conocimiento de los traslados colectivos. Me fue imposible, entonces y ahora, determinar una frecuencia periódica fija para este tipo de traslados. Algunas veces se hacían cada 15 o 20 días, y en otras se realizaban 3 o 4 veces por mes. Esto me hace imposible determinar el número probable de detenidos-desaparecidos que estuvo o pasó por el campo de concentración de la Jefatura.
Hubo otras dos visitas importantes a la zona de operaciones, donde varios prisioneros fuimos conducidos a presencia de altos jefes militares.
En una de ellas, realizada en dependencias del Comando –un salón grande cuyas paredes estaban recubiertas de mapas y de fotos y nombres de personas buscadas– participaron integrantes del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, es decir, altos oficiales del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea.
Presidió esta reunión el General Bussi, quien presentaba a los prisioneros con nombre y apellido y realizaba un breve historial de cada uno, antes de instar a los oficiales presentes a que nos interrogaban. Entre los prisioneros que fuimos llevados allí –todos esposados con las manos a la espalda– recuerdo a Julio Abad, Rodolfo Lerner, Leandro Fote, Ramón Amaya, Aída Villegas, trasladada a tal efecto desde San Miguel de Tucumán, y otro detenido de apellido Mauri, que era correntino.
La otra reunión de trámite similar, se realizó en el mismo lugar, pero con la participación de oficiales del Estado Mayor del III Cuerpo de Ejército, en cuya jurisdicción está comprendida la provincia de Tucumán, y fue presidida por el comandante de la región, general Luciano Benjamín Menéndez.
Los prisioneros interrogados en esa oportunidad fuimos Fernando Ojea, Ramón Amaya y yo. Esta vez nos llevaron con los ojos vendados hasta el recinto. Al quitarla, lo primero que vimos fue a los oficiales de Ejército. También un cartel colgado de nuestro cuello donde se consignaba nuestro nombre, apellido y edad.
canciones setentistas:
| TRIBULACIONES, LAMENTOS Y OCASO DE UN TONTO REY IMAGINARIO, O NO Sui Generis Yo era el rey de este lugar vivía en la cima de la colina Desde el palacio veía el mar y en el jardín la corte reía Teníamos sol vino a granel y así pasábamos los días Tomando el té riéndonos al fin. ¿Por qué murió la gente mía? Yo era el rey de este lugar aunque muy bien no lo conocía y habían dicho que atrás del mar el pueblo entero pedía comida. No los oí que vil razón les molestaba su Barriga Yo era su rey así lo dijo Dios yo era el amor la luz divina. Yo era el rey de este lugar hasta que un día llegaron ellos. Gente brutal sin corazón que destruyó el mundo nuestro. Revolución Revolución Cantaban las furiosas Bestias. La corte al fin fue muerta sin piedad y mi mansión hoy es cenizas. ¡Libertad! ¡Libertad! Yo era el rey de este lugar tenía cien capas de seda fina y estoy desnudo si quieren verme bailando a través de las colinas |
La marcha de la bronca
Pedro y Pablo
Bronca cuando ríen satisfechos
al haber comprado sus derechos,
Bronca cuando se hacen moralistas
y entran a correr a los artistas,
Bronca cuando a plena luz del día
sacan a pasear su hipocresía,
Bronca de la brava, de la mía,
bronca que se puede recitar,
Para los que toman lo que es nuestro
con el guante de disimular,
Para el que maneja los piolines
de la marioneta general.
Para el que ha marcado las barajas
y recibe siempre la mejor.
Con el as de espadas nos domina
y con el de bastos entra a dar y dar y dar.
¡Marcha! Un, dos...
No puedo ver
tanta mentira organizada
sin responder con voz ronca
mi bronca,
mi bronca.
Bronca porque matan con descaro,
pero nunca nada queda claro.
Bronca porque roba el asaltante,
pero también roba el comerciante.
Bronca porque está prohibido todo,
hasta lo que haré de cualquier modo.
Bronca porque no se paga fianza
si nos encarcelan la esperanza.
Los que mandan tienen este mundo
repodrido y dividido en dos.
Culpa de su afán de conquistarse
por la fuerza o por la explotación.
Bronca, pues entonces, cuando quieren
que me corte el pelo sin razón,
es mejor tener el pelo libre
que la libertad con fijador.
¡Marcha! Un, dos...
No puedo ver
tanta mentira organizada
sin responder con voz ronca
mi bronca,
mi bronca.
Bronca sin fusiles y sin bombas.
Bronca con los dos dedos en Ve.
Bronca que también es esperanza.
Marcha de la bronca y de la fe...
"La marcha de la bronca", 1970
Los Dinosaurios
Charly Garcia
autor: Charly García
Los amigos del barrio pueden desaparecer
Los cantores de radio pueden desaparecer
Los que están en los diarios pueden desaparecer
La persona que amas puede desaparecer.
Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire
Los que están en la calle pueden desaparecer en la calle.
Los amigos del barrio pueden desaparecer,
Pero los dinosaurios van a desaparecer.
No estoy tranquilo mi amor,
Hoy es sábado a la noche,
Un amigo está en cana.
Oh mi amor
Desaparece el mundo
Si los pesados mi amor llevan todo ese montón de equipajes en la mano
Oh mi amor yo quiero estar liviano.
Cuando el mundo tira para abajo
es mejor no estar atado a nada
Imaginen a los dinosaurios en la cama
Cuando el mundo tira para abajo
es mejor no estar atado a nada
Imaginen a los dinosaurios en la cama
Los amigos del barrio pueden desaparecer
Los cantores de radio pueden desaparecer
Los que están en los diarios pueden desaparecer
La persona que amas puede desaparecer.
Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire
Los que están en la calle pueden desaparecer en la calle.
Los amigos del barrio pueden desaparecer,
Pero los dinosaurios van a desaparecer.
FUENTE:
http://www.desaparecidos.org/nuncamas/web/testimon/martin_juan07.htm
http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2006/12/09/u-01323768.htm
PARA MÁS DATA,VISITÁ: http://www.me.gov.ar/efeme/24demarzo/